-Diario de una superviviente-
Esto que os dejo a continuación es algo muy especial. Se trata de un escrito de una persona a la que yo quiero y admiro mucho y a continuación vais a poder ver porqué. Y sobre todo, es un escrito de esperanza, o eso me parece a mi...
-UN SOLO INSTANTE-
¿Alguna vez has sentido que la ansiedad no te deja vivir, que dependes de algo o alguien que te impide ser libre?
1 de enero del 2006. Acaba de comenzar un nuevo año. Todo el mundo está de fiesta, alegre, las calles normalmente vacías están llenas de luces, petardos y gritos.
Sin embargo no todo el mundo comienza el nuevo año sonriendo.
Ya pasan las 2 de la mañana; a esa hora todos los miedos y hasta los sueños han sido expulsados en forma de vómito. Pasado el rutinario calvario es momento de dormir, o al menos de intentarlo.
Puede parecer triste o más bien, patético, ésa es la palabra; recibir el nuevo año sola en casa destrozándote el estómago, y todavía más el alma, expulsando todo lo ingerido en la ya pasada nochevieja. Pero verdaderamente, esta no es la parte más patética.
No puede considerarse malo o preocupante el realizar un acto de forma esporádica, lo preocupante viene cuando ese acto se convierte en un hábito. Una costumbre ante la cual ya te sienes indiferente, porque llegas a entenderla como parte normal de tu vida. Eran ya 3 años comenzando el año del mismo modo y prácticamente mi vida desde hace casi 6 años.
¿Existía realmente una razón para destruirse lentamente? Quizás el problema era que ya no había ninguna razón para luchar por no hacerlo. No había ilusión y sin ilusión nunca habrá sueños y sin estos nadie está vivo, lleno de vida sino más bien vacío de la misma.
Vacía aunque pareciera que todo iba bien. ¿Acaso no se conoce esa frase que dice “que las apariencias engañan”?. De físico aceptable, aunque rozando los límites médicamente permitidos a la baja, pasaba las horas estudiando, mas de las que antes necesitaba, fruto del desgaste físico y sobre todo mental. Recalquemos mental.
Existe, por desgracia, el falso mito de “si la parte física puede considerarse aceptable todo va bien”. Sin embargo la sustancia del asunto es bien contraria: a una apariencia más cercana o acorde a la “normalidad” (para cada persona es diferente pero tiraremos para buscar objetividad de los parámetros médicos establecidos); pero tu mente está mal y eso no te deja descansar nunca.
Cuanto más te acercas a esa imposible perfección que crees capaz de lograr algún día, mayor es tu fuerza mental aunque el cuerpo se quede atrás sin aliento. Resulta increíblemente contradictorio pero es cierto.
Días encerrada en la habitación estudiando y sobreviviendo. Ya no se trataba de vivir, ya era cuestión de malvivir, intentar seguir respirando. A dos días de comenzar los exámenes, la madrugada del 1 de febrero, ni los estudios, en los que te centras por tener un aliciente, son capaces de ser una razón de suficiente peso para continuar viviendo.
Demasiadas pastillas para un cuerpo ya frágil. Era la segunda vez que la desesperación llegaba al límite de querer acabar con la tortura y el sufrimiento diarios, eso sí, por la vía fácil.
Sin embargo, aunque ya demasiado machacado el estómago no eres capaz de admitirlo, y tras momentos de espasmos, calambres y mucho frío te tiras 2 horas vomitando.
Seguía viva con el cuerpo y la mente deshechos, pero el corazón seguía latiendo y la sonora respiración estaba ahogada en lágrimas.
De puertas para afuera esto no había sucedido; todos veían a una chica retraída, siempre triste pero agradable y muy aplicada en sus obligaciones. Los exámenes fueron todos aprobados pero de algún modo eso ya no tenía importancia.
Marzo y abril pasaron apáticos teniendo como principal protagonista a la indiferencia. Horas eternas entre las 4 paredes de mi agujero, ayunos, vómitos, laxantes, ése era el círculo repetido cada día y entre todos ellos, la desesperación.
Ya llegado mayo los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina pero antes venía un día que convertiría mi existencia en algo aún más miserable: mi cumpleaños. Ya cuento 20 años de los cuales 6 se los ha llevado el viento o, ¿tal vez fueron engullidos por mi enfermiza obsesión pro alcanzar la inexistente perfección? 20 años vividos, 6 de los cuales viviendo la contradictoria situación de buscar a toda costa ser la más perfecta matándome lentamente.
¿Cómo había sido capaz de llegar a tal extremo una persona de carácter fuerte y en ocasiones demasiado frío, portadora de una tremenda fuerza de voluntad (cuyo defecto descansa en poder ser utilizada para lo bueno y lo malo) capaz de llevar a cabo todos los objetivos que se marcaba? Tanta presión incrementó tal vez de forma peligrosa el miedo a convertir el intento en un fracaso, a decepcionar a los demás pero sobre todo en tener que rendir cuentas con una misma, tras llegar a convertirse en la parte decepcionante.
Acaba junio y con él pasan los exámenes finales: no han ido mal, o bueno sí, porque un solo examen suspenso anula completamente los buenos resultados de los restantes. Un extremo perfeccionismo para el cual un único fallo engloba todo como fracaso. Y el problema no es el hecho de no seguir intentándolo, ya que dicho perfeccionismo no permito de ninguna manera rendirse a la primera, sino el castigo, por el considerado como fracaso, un lastre que pesa y deja huella. ¿O esta vez no?
En un momento de extrema desesperación las decisiones que se toman no pueden ser de otra forma que desesperadas. Pero… ¿quien dice que una decisión tomada en la desesperación no puede ser una decisión correcta? ¿No será quizás en esos momentos desbordantes cuando uno ve, palpa la realidad de forma fría, factible…real?
El estómago mostraba su desesperación a través de una dolencia punzante de varios días, el intestino calificaba ya como “no bienvenidos” a los laxantes y en mi mente no había cavida para nada más, estaba saturada.
“O nos quitamos del medio o dejamos toda esta mierda atrás completamente”. Esa fue la cuestión más desesperada y cuerda que me formulé en mis ya míticos debates internos. Esta vez solo la formulé una vez y la respuesta fue rápida y sencilla: “se acabó, renuncio”. No tenía intención alguna de quitarme la vida pues no estaba cansada de vivir sino de vivir de esa manera, machacándome y torturándome cada día para no conseguir más que sentir mayor odio hacia mi misma. Ya había tenido más que suficiente.
Pasé el verano estudiando, enviciada a una de mis ya series únicas y especialmente cuidando de mi misma, reconstruyendo los pedacitos.
Todos los días eran muy duros, enfrentarme a los miedos persistentes durante muchos años, romper la rutina que ya había sido aceptada como normal era muy frustrante. Pero no había nada que perder, ya había perdido prácticamente todo así que ahora aunque fuera mínimo era sólo ir ganando.
Poco a poco, después de muchas lágrimas y aferrada la fuerza de voluntad mi cuerpo recuperó la figura acorde a mi edad (no anclada a los 14 años), el estómago se quejaba menos gracias a la extinción de ayunos y vómitos y mi estabilidad mental completaron un perfecto estado de tranquilidad (de la buena) que me devolvieron la ilusión por la vida y con ello…la sonrisa.
Tener que asumir y aceptar mi nueva apariencia física fue lo más difícil de encajar pues siempre era eso, lo que impidió cualquier avance en el pasado. Como resultado de una fuerte preparación psicológica a la que me sometía para superar el miedo, ninguno de los trances que tenía que ir afrontando fue tan traumático como esperaba. Si tenía que saltar un muro de 2 metros yo saltaba hasta los 3 metros por lo que el alivio era muy gratificante.
Llegado septiembre el examen fue aprobado sin ningún problema ,y durante mi presencia en el mismo más de uno que había perdido mi rastro al caer junio, se asombraba al ver 3 meses después a una persona diferente, “ te veo guapísima, feliz” dijo uno de ellos.
Como parte del difícil camino hacia la normalidad, el cambio de mi cuerpo traía consigo tener que deshacerme de la definida por mi padre, “ropa de la Nancy”. Tuve que comprar ropa nueva y enterrar todos los trapos que llevaran marcados en su etiqueta un número igual o inferior al 34.
Con octubre vuelta a la rutina, aunque había muchísimas ganas de ver a las Niñas después de 3 largos meses. “Eres una perra, dijimos que este año vendríamos divinas pero tu te has pasado, preciosa” me dijo una de mis mejores amigas entre lágrimas.
Fue muy agradable la vuelta, sencillamente porque el cambio de actitud determinaba todo.
Un cambio de actitud fue la clave de todo. En ocasiones pese a estar viviendo una situación dramática, por miedo a lo desconocido, a dejar atrás lo conocido aunque sea deteriorarte, preferimos quedar como estamos. Nada es imposible si se quiere, y digo si se quiere porque a veces pese a reconocer la situación no se cree realmente en querer terminar con ella. Y si tú no tiras de ti, nadie lo hará.
Poco a poco asumir la normalidad, ya que lo normal había dejado de existir en mi vida desde hacía ya mucho tiempo, fue posible. Aún quedaban cabos sueltos y uno de ellos de los más difíciles.
Creo que la dependencia es una de las peores necesidades que puede tener una persona. Y peor todavía si de lo que se depende no es de una persona. Vivir bajo dictamen de un aparato que ni siquiera habla ,que sólo se ríe de ti a través de una luz que emite cuando tú lo tocas es realmente espeluznante.
Cuando consigues quererte y aceptarte a ti mismo todo es mucho más sencillo de cara a los demás. Cuando no buscas desesperadamente algo sin querer, a veces lo acabas encontrando. Y ante ello siempre hay varias opciones: echar a correr (ya un clásico) o simplemente dejarte llevar, vivir. Claro está que todo el trabajo lo tienes que llevar a cabo tú, aunque es bueno ayudarte de personas únicas para soportar la carga.
No acorde a mi habitual forma de ser, sin pensar te dejas llevar por tus instintos, sin calcular, racionalizar, ni descartar. Quizás lo equívoco era pensar que esa manera calculadora y de excesiva racionalidad era la verdadera. Quizás simplemente estoy actuando como realmente soy.
El cambio de actitud trajo consigo muchísimas cosas y personas valiosas y por cada una de ellas hay que subir un peldaño cada vez más grande hacia lo correcto, la estabilidad, la vida normal tan deseada y anhelada por mí.
Mi mayor prueba fue, para tener que poder vivir una de las cosas más bonitas que he recibido y vivido este año e incluso en toda mi vida, pasar el juicio final. Desmarcarme de esa dependencia nacida hace ya demasiados años a la que me enfrenté todos los días hasta que sin ser realmente consciente de ello me desprendí. Era ella o yo, no había sitio para las dos y era obvio que ella no contaba con ningún fundamento para quitarme el sitio. Superada esta prueba de la que no me creía ni capaz sentí por primera vez en muchísimo tiempo libertad.
Aún queda camino por recorrer, todavía quedan detalles por pulir, detallitos demasiado arraigados que cuesta ir controlando pero bueno, no será por paciencia y esfuerzo.
Este año el 1 de enero lo pasé en la calle con la demás gente. Disfrutando, viviendo y con toda la cena de nochevieja bien digerida. He conseguido algo muy simple pero que hace sólo un año me resultaba imposible: ser normal, aceptar mi persona y vivir con ilusión, sin lamentos e intentado afrontar los miedos.
Un cambio de actitud puede determinar en un solo instante una nueva dirección que tomar. Todos somos frágiles pero es en esa fragilidad donde podemos encontrar el motivo y la fuerza para seguir luchando.
2 comentarios:
Todos lo somos...
:)
Totalmente de acuerdo, xo no se xq a veces nosotros mismos nos empeñamos en ponernos trabas, cm si la vida no fuera lo bastante complicada...
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