UN DÍA DE OTOÑO
Sigue lloviendo fuera, y yo sigo esperándote. Como cada jueves, a la misma hora. Yo le digo a Pam que voy al gimnasio y tú le cuentas a Greg que tienes clase de cerámica.
Cada jueves la misma mentira, que ellos creen, por que confían en nosotros. Pero, extrañamente, no me siento culpable. No me siento culpable de venir a la misma habitación de este motel de carretera. Yo llego media hora antes que tú, pido la habitación e ignoro la mirada cómplice del hombre de recepción, los murmullos a mi espalda. Vengo aquí y te espero, como cada jueves, a las cinco.
No me siento culpable de tener tu cuerpo durante un hora escasa. De quedarme en la cama mientras contemplo cómo te vistes. Como cubres ese cuerpo que ya no me pertenece. Que no sé si alguna vez ha sido mío. Y tú te marchas después de un beso rápido, a seguir con tu vida.
Y yo me quedo en esta cama, oliendo las sábanas, que aún retienen tu olor. Olor a sexo. Por que lo nuestro es sexo. Nosotros no hacemos el amor, nosotros follamos. Lo nuestro es algo sucio, que se tiene que esconder, que pertenece a las sombras.
Luego me marcho a casa y sonrío a mi mujer. Voy al despacho y hago mi trabajo, como si no pasara nada. Cumplo con todos, pues esta es mi vida. Lo que ocurre los jueves no tiene importancia, no es parte de mi mundo.
Y hoy llegas tarde. Ya ha oscurecido, y la habitación se encuentra en la penumbra. Miro el reloj impaciente, y me maldigo por tener ganas de que estés aquí, por echarte de menos. Siempre decimos que esto no significa nada, pero volvemos cada semana, como un ritual que no está escrito, pero del que parece que no podemos prescindir.
Vuelvo a mirar el reloj, ya son 40 minutos de retraso. Enciendo el televisor, para que el tiempo no se me haga tan insoportablemente largo. Voy cambiando de canal, distraído. Y entonces veo las imágenes de un accidente de tráfico. Reconozco el lugar, no está lejos de aquí.
Me quedo paralizado. Ese coche deformado por el impacto contra el árbol parece el tuyo. Informan de que ha muerto una mujer, dicen tus iniciales y dan tu descripción, pero ya no oigo el final de la noticia.
Salgo corriendo de la habitación. No paro de correr hacia el lugar del accidente, la lluvia me empapa y se me mete dentro, hasta los huesos. Y yo sólo pienso en que no sea verdad. No puede ser verdad.
Llego al lugar del accidente. Aparto a los mirones y un policía no me deja pasar. Pregunto, temiendo saber... pero la información es sólo para familiares. Y yo no soy nadie. Pacey Witter no es nada tuyo a los ojos del mundo. Sólo es alguien en nuestro mundo secreto, un mundo que se circunscribe a las paredes de una habitación de motel.
Me quedo allí, impotente, esperando. Veo llegar a tu marido. Greg puede pasar, él tiene derecho. Observo cómo se desmorona al ver el cadáver, y yo me hundo con él. Su pérdida es la mía. Pero yo no puedo llorar por tí, nadie me consolará, nadie me dará el pésame. Se lo darán a tu marido, él te enterrará, en una tumba que ponga Josephine Wittman.
Sí, Josephine Wittman era suya, pero yo tenía, al menos una hora a la semana, a Joey Potter. Esa Joey que se reía con mis chistes, que encargaba comida china cuando teníamos un par de horas más para nosotros, que gritaba mi nombre cuando tenía un orgasmo. Esa eras mía.
Todos se han marchado. Ya no quedan policías, ni ambulancias, ni grúas, ni curiosos. Sólo quedo yo, sentado en la acera, sin poder reaccionar. Sigue lloviendo, como si la lluvia quisiera borrar totalmente este absurdo accidente. Ojalá se me llevara a mí también.
Me levanto y noto el cuerpo entumecido. Me acerco al árbol, toco las marcas que han dejado tu coche, y entonces me doy cuenta que es real. Estás muerta. Empiezo a insultar al árbol y a darle patadas. Sigo hasta que noto cómo la rabia me disminuye y me caigo de rodillas. Mis lágrimas se confunden con la lluvia. No me importa.
Miro a mi alrededor. Quedan restos del coche aquí y allá y entre los cristales rotos veo un paquete pequeño. Lo cojo y reconozco tu letra, medio borrada por la lluvia. El paquete es para mí.
Vuelvo a la habitación del motel. El recepcionista me ve pasar y me mira como si estuviera loco. No me importa. Choco con una pareja que sale de otra habitación, el hombre me grita algo que no entiendo. No me importa.
Me siento en la cama y dejo al paquete al lado. La habitación está a oscuras. No me importa. Me quedo así, sentado y mirando la pared unas horas, o quizás sólo unos minutos. No me importa.
Al final enciendo la luz de la mesita de noche y abro el paquete. Dentro hay un regalo para mí. Te has acordado. Hoy hace un año. Te comenté hace unos meses que me gustaría tener esta cámara, y te has acordado.
Un año desde que nos encontramos a escondidas, desde que somos amantes. Desde que decimos que esto no tiene importancia, que sólo es sexo, que no es parte de nuestras vidas.
Me levanto y voy al cuarto de baño. Voy directo a la taza y vomito. Se me queda el gusto amargo de la bilis en la boca. No me importa. Cojo la maquinilla de afeitar que hay en el armarito y me siento en el suelo. La desmonto y saco las cuchillas. Hago los cortes. Duele. No me importa.
La sangre empieza a manar. La miro fascinado unos segundos. Entonces miro por la ventana, sigue lloviendo. Escucho el sonido de la lluvia. Tiene una música propia, relajante. Noto cómo la vida se me escurre por las muñecas. No me importa.
Ya no me importa nada.
Sigue lloviendo fuera, y yo sigo esperándote. Como cada jueves, a la misma hora. Yo le digo a Pam que voy al gimnasio y tú le cuentas a Greg que tienes clase de cerámica.
Cada jueves la misma mentira, que ellos creen, por que confían en nosotros. Pero, extrañamente, no me siento culpable. No me siento culpable de venir a la misma habitación de este motel de carretera. Yo llego media hora antes que tú, pido la habitación e ignoro la mirada cómplice del hombre de recepción, los murmullos a mi espalda. Vengo aquí y te espero, como cada jueves, a las cinco.
No me siento culpable de tener tu cuerpo durante un hora escasa. De quedarme en la cama mientras contemplo cómo te vistes. Como cubres ese cuerpo que ya no me pertenece. Que no sé si alguna vez ha sido mío. Y tú te marchas después de un beso rápido, a seguir con tu vida.
Y yo me quedo en esta cama, oliendo las sábanas, que aún retienen tu olor. Olor a sexo. Por que lo nuestro es sexo. Nosotros no hacemos el amor, nosotros follamos. Lo nuestro es algo sucio, que se tiene que esconder, que pertenece a las sombras.
Luego me marcho a casa y sonrío a mi mujer. Voy al despacho y hago mi trabajo, como si no pasara nada. Cumplo con todos, pues esta es mi vida. Lo que ocurre los jueves no tiene importancia, no es parte de mi mundo.
Y hoy llegas tarde. Ya ha oscurecido, y la habitación se encuentra en la penumbra. Miro el reloj impaciente, y me maldigo por tener ganas de que estés aquí, por echarte de menos. Siempre decimos que esto no significa nada, pero volvemos cada semana, como un ritual que no está escrito, pero del que parece que no podemos prescindir.
Vuelvo a mirar el reloj, ya son 40 minutos de retraso. Enciendo el televisor, para que el tiempo no se me haga tan insoportablemente largo. Voy cambiando de canal, distraído. Y entonces veo las imágenes de un accidente de tráfico. Reconozco el lugar, no está lejos de aquí.
Me quedo paralizado. Ese coche deformado por el impacto contra el árbol parece el tuyo. Informan de que ha muerto una mujer, dicen tus iniciales y dan tu descripción, pero ya no oigo el final de la noticia.
Salgo corriendo de la habitación. No paro de correr hacia el lugar del accidente, la lluvia me empapa y se me mete dentro, hasta los huesos. Y yo sólo pienso en que no sea verdad. No puede ser verdad.
Llego al lugar del accidente. Aparto a los mirones y un policía no me deja pasar. Pregunto, temiendo saber... pero la información es sólo para familiares. Y yo no soy nadie. Pacey Witter no es nada tuyo a los ojos del mundo. Sólo es alguien en nuestro mundo secreto, un mundo que se circunscribe a las paredes de una habitación de motel.
Me quedo allí, impotente, esperando. Veo llegar a tu marido. Greg puede pasar, él tiene derecho. Observo cómo se desmorona al ver el cadáver, y yo me hundo con él. Su pérdida es la mía. Pero yo no puedo llorar por tí, nadie me consolará, nadie me dará el pésame. Se lo darán a tu marido, él te enterrará, en una tumba que ponga Josephine Wittman.
Sí, Josephine Wittman era suya, pero yo tenía, al menos una hora a la semana, a Joey Potter. Esa Joey que se reía con mis chistes, que encargaba comida china cuando teníamos un par de horas más para nosotros, que gritaba mi nombre cuando tenía un orgasmo. Esa eras mía.
Todos se han marchado. Ya no quedan policías, ni ambulancias, ni grúas, ni curiosos. Sólo quedo yo, sentado en la acera, sin poder reaccionar. Sigue lloviendo, como si la lluvia quisiera borrar totalmente este absurdo accidente. Ojalá se me llevara a mí también.
Me levanto y noto el cuerpo entumecido. Me acerco al árbol, toco las marcas que han dejado tu coche, y entonces me doy cuenta que es real. Estás muerta. Empiezo a insultar al árbol y a darle patadas. Sigo hasta que noto cómo la rabia me disminuye y me caigo de rodillas. Mis lágrimas se confunden con la lluvia. No me importa.
Miro a mi alrededor. Quedan restos del coche aquí y allá y entre los cristales rotos veo un paquete pequeño. Lo cojo y reconozco tu letra, medio borrada por la lluvia. El paquete es para mí.
Vuelvo a la habitación del motel. El recepcionista me ve pasar y me mira como si estuviera loco. No me importa. Choco con una pareja que sale de otra habitación, el hombre me grita algo que no entiendo. No me importa.
Me siento en la cama y dejo al paquete al lado. La habitación está a oscuras. No me importa. Me quedo así, sentado y mirando la pared unas horas, o quizás sólo unos minutos. No me importa.
Al final enciendo la luz de la mesita de noche y abro el paquete. Dentro hay un regalo para mí. Te has acordado. Hoy hace un año. Te comenté hace unos meses que me gustaría tener esta cámara, y te has acordado.
Un año desde que nos encontramos a escondidas, desde que somos amantes. Desde que decimos que esto no tiene importancia, que sólo es sexo, que no es parte de nuestras vidas.
Me levanto y voy al cuarto de baño. Voy directo a la taza y vomito. Se me queda el gusto amargo de la bilis en la boca. No me importa. Cojo la maquinilla de afeitar que hay en el armarito y me siento en el suelo. La desmonto y saco las cuchillas. Hago los cortes. Duele. No me importa.
La sangre empieza a manar. La miro fascinado unos segundos. Entonces miro por la ventana, sigue lloviendo. Escucho el sonido de la lluvia. Tiene una música propia, relajante. Noto cómo la vida se me escurre por las muñecas. No me importa.
Ya no me importa nada.
by Bruixeta
2 comentarios:
OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH xD esto es la relexe!
SO CooL!
SALU2 wapa!
Malegro q te hayas entretenido a leerlo y te haya gustado, postearé más fanfics cortitos xo más positivos jeje.Besos
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